martes, junio 20, 2006

Años Oscuros (4)

El paso de Bamsaru se abría inclemente hacia la Tartaria China, un horizonte blanco y rocoso en todas direcciones.

Chandra miro su reloj y con el, el altímetro que había comprado en Alemania el día antes del desastre de Berlin, la daga de acero azul brillaba, tentadora, en la guarda que llevaba al cinto. Cargaba sobre sus espaldas la pesada mochila de montañista que había obtenido por una chaqueta de cuero negro en un pueblo varios miles de metros más abajo.

Su guía, un sherpa llamado Sanzing, caminaba confiado a unos cuantos metros de distancia, aparentemente ausente de la escena, y, lo que era más preocupante para Chandra, mirando discreta, aunque incesantemente a las paredes de las colinas que rodeaban el paso.

"Mala señal" Pensó.

Caminó un par de pasos más, tratando de hacer el menor ruido posible, tanteando con todos sus sentidos el ambiente alrededor. El clima había arreciado y una ventisca gélida venía del norte, de las laderas del Himalaya, por un segundo pensó en la agreste llanura que lo esperaba una vez que hubiese recorrido el paso.

Pudo verlo.

Por el rabillo del ojo, una figura armada, traicionada por el negruzco brillo de su fusil de asalto con silenciador, con un traje de camuflaje blanco casi perfecto, pero no lo suficiente.

Al mismo tiempo, sus oídos le informaban de varias presencias más, cinco o seis, apostadas a ambos lados del paso, esperando en las colinas, incapaces de ocultar por completo su presencia.

La mirada de Sanzing había cambiado, ya no oteaba a las colinas sino apuntaba los ojos hacia abajo, calculando el momento propicio para echar a correr en cuanto los tiros comenzaran.

Chandra no iba a permitirlo.

-¡Sanzing!

El enorme sherpa se giró, lentamentente, hacia él, su mano izquierda permanecía oculta y mientras Chandra lanzaba el puñal directo a su corazón recordaba el casi insignifcante detalle de que Sanzing era zurdo, a pesar de empeñarse en no parecerlo.

La daga penetró sin mayor problema en el pecho del Sherpa, quien se derrumbó con un estrépito sobre sus rodillas, manando sangre profusamente por el pecho y la boca.

Chandra lo detuvo antes de tocar el suelo, al mismo tiempo que los lasers de los francotiradores se encendían recuperándo la daga, abrió en canal el pecho del sherpa, girándose de inmediato y usando el cuerpo de su víctima como escudo frente a los disparos, la sangre salpicaba a sus manos y rostro.

Cargar el pesado cuerpo de su víctima hacia un costado, pegado a las colinas, le tomó algo de esfuerzo extra, el suficiente para eludir las balas que chocaban contra la roca desnuda o se hundían, amortiguadas, en la nieve.

La situación era desesperada. Su posición era vulnerable, el enemigo, en superioridad numérica y mejor armado, ocupaba el terreno alto, abajo, en el camino había pocos o ningún lugar donde esconderse y cargar el cuerpo del sherpa sólo delataría su posición.

Un par de segundos de razonamiento le bastaron a Chandra para darse cuenta del fatal error que habían cometido sus atacantes.

De inmediato arrojó el cuerpo del Sherpa lo más lejos que pudo, mientras, yendo en dirección opuesta, se hundió en la nieve.

La ventisca lo ocultaba y los láseres guía se difuminaban en la tormenta de nieve.

La situación empeoraba para ellos, estaban demasiado lejos, sus intenciones conocidas y sin poder avistar a su enemigo.

Pasó poco antes de que pasara exactamente lo que Chandra esperaba.

Uno de ellos -quizás el lider- alzó la cabeza y cambió de posición, descendiendo un poco por la colina.

Había trepado, aprovechando la confusión, por una de las laderas, pasando a apenas cinco o seis metros del atacante que descendía antes de blandir la PYa que Ivanov le había enseñado a manejar con maestría y tirar dos veces.

El cuerpo inerte del atacante caía inexorablemente por la cuesta, mientras los demás disparaban a tontas y a locas, olvidándose incluso de los láseres guía.

El segundo fue más facil de hallar, parado disparando a la nada a unos veinte metros más arriba, cayó muerto tras ver su cuello sorpresivamente atravesado por una daga.

Quedan cuatro.

El tercero descendió al ver a su compañero caído, disparando otra ráfaga sólo por si acaso, aunque sin poder ver al misterioso agresor, tres láseres guía surcaban el espacio circundante, pasando a centímetros de él.

Disparó una vez la PYa, apuntando a la cabeza de su atacante. Los pasos acelerados de los otros tres indicaban que habían roto toda formación y descendían por la colina a apoyar a sus compañeros.

Tontos.

El segundo, desplomado a pocos metros del primero, yacía boca abajo mientras más sangre manaba a borbotones de su cabeza, el tiro había sido certero.

Cogió el fusil de uno de ellos, tanteando la cacerina más pesda y, acto seguido arrojó a los dos cuerpos cuesta abajo, mientras buscaba apurado una posición segura.

No hubieron disparos esta vez.

Los otros tres habían corrido hacia la otra cuesta, apenas pudiendo reprimir un grito cuando los dos cuerpos les cayeron encima, es más, podía oler su miedo.

Sonrió.

Trás ascender unos diez metros por la colina, apuntó el fusil cuidadosa y discretamente hacia uno de los tres restantes, calculando los movimientos de los otros, su formación denotaba una especie de tríangulo, diseñado para cubrir la mayor área de tiro posible. Sus rastreadores láser se habían vuelto a encender.

Valientes, pero tontos.

Disparó.

Cambiando de inmediato de lugar, pudo oir las balas rebotando contra la roca donde había estado pocos segundos antes y la loca danza de los dos rastreadores restantes.

Esperó.

Contaba los segundos suficientes para desesperar a sus enemigos, oliendo el aire, tanteando, observando claramente sus movimientos, hasta encontrar el gesto preciso antes de hacer su movida final.

Había recuperado su daga antes de arrojar los dos cuerpos al camino y ahora, en el momento culminante, sería su carta de triunfo.

La ventisca disminuía.

Arrojó la daga hacia su derecha, calculando que en su caída, hiciese la mayor cantidad de ruido posible.

Los disparos de sus atacantes resonaron de inmediato, habían apagado sus rastreadores.

Lo hacen bien para estar muertos.

Deslizándose por la colina, se paró y apuntando con el fusíl, disparó, derribando a uno de los dos atacantes restantes, a quien pudo imaginar sorprendido y aterrado mientras sus últimos momentos le comunicaban la noticia de la muerte.

El otro se giró, presto a vengar a su compañero y conociendo perfectamente su ubicación.

No tuvo tiempo a hacerlo

La última ráfaga del fusil de chandra le destrozó la mano y cayó, preso del dolor, hecho un ovillo.

Chandra descendió al camino de un saldo, arrojando el fusil descargado a un costado mientras blandía la PYa, el brillo de su daga refulgía a varias decenas de metros de distancia.

El atacante, en un último acto de valentía blandió su fusil en la mano sana, tratando de dispararle a la embozada figura que, armada con una pistola con silenciador, se acercaba.

Tampoco tuvo tiempo para eso.

Dos disparos hicieron blanco en su mano y su hombro, obligándolo a arrojar el arma, el dolor era insoportable.

-¡¿Quién te envió?!- Chandra había cogido al superviviente del cuello y lo interrogaba ahora, imperiosamente en inglés primero, luego en Hindi, Farsi y Arabe, idioma en el cual recibió respuesta.

-¡Maldito seas, cerdo hindú, asesino de fieles!- y dicho esto, escupió su sangre sobre el rostro de Chandra, quien lo golpeó de inmediato, arrojándolo al suelo y luego pisando sus cercenadas manos.

-¡Dime Quién te envió!- gritó, el rostro de dolor del hombre era terrible, sus ojos vacíos miraban al cielo.

-..cker...leb.- fue todo lo que pudo artícular antes de fallecer, desangrado, en medio del camino.

Sin perder tiempo, chandra buscó su daga y la recogió, poniéndola en su guarda mientras arrastraba los cuerpos a un recodo del camino y los cubría con nieve lo mejor que podía, el invierno se haría cargo del resto.

-Creo que eso cancela el viaje, me temo.- dijo para si antes de terminar de cubrir los cuerpos, dejando la daga con su guarda encima del cuerpo del último abatido, antes de emprender camino de regreso hacia India.

La silenciosa ventisca hablaba de muerte y Chandra, silencioso, la escuchaba mientras, detrás de él, El sol comenzaba a decaer.