-Estamos rodeados.
La voz de Chandra resonó fría en la habitación de la casa de seguridad que habían conseguido en el Soho.
Alrededor suyo, las miradas incrédulas de los otros seis, Kahled más alejado, como calculando un plan. A su izquierda Sergei examinaba su arma con una tranquilidad casi pasmosa y junto a él, Milford, el Hacker del grupo, sudaba y temblaba ante lo inesperado de la situación.
-Alguien nos vendió.- replicó Andric, mirando a todos, tratando de detectar de primera vista, quien había sido el culpable de la infidencia.
-¡Déjalo, Andric!- replicó gritando Konrad -¡lo importante es salir vivos de aquí ahora!
-¡El traídor se denuncia él mismo!- respondió enérgico Andric.
Jacques, por otro lado, contemplaba la escena con una mezcla de tranquilidad y tensión, según Chandra notaba
No había sido el mismo desde Ucrania, pensó.
Y era cierto, Jacques se había limitado a seguir el plan sin pensar nada desde que regresaron de aquel viaje a Ucrania en el que intervinieron en una guerra entre facciones de la mafia, desde aquel instante, se podía decir que Jacques era un muerto en vida, sólo cargando el peso de sí mismo. Ni siquiera en la presencia de la muerte, sólo unas horas antes, había mostrado asomo de emoción alguna.
Teme al que no tiene emociones, le había dicho Ivanov, su maestro.
Pero, por ahora, no hay nada que hacer al respecto.
Continuó, asomándose a la ventana.
En la lejanía (al menos dos manzanas a la redonda, figuras uniformadas se agrupaban y esparcían por las inmediaciones, formándo un perímetro con varios anillos alrededor de la casa, el brillo de los señalizadores laser y los detectores de visión nocturna eran claros en medio de la oscuridad de la noche.
Un automóvil blindado se acercaba a la distancia, probablemente trayendo al comandante de campo o al representante de los sabios para la ocasión: la caída final de los peligrosos terroristas conocidos como Los Asesinos, casi podía ver el titular en letras de molde.
Sólo que no sería así.
Esta operación, al igual que todas las anteriores y todos los atentados cometidos por ellos, eran diligentemente cubiertos por la prensa al servicio de los sabios (al final el dinero es todo lo que cuenta, según ellos) y la operacion pasaría como Entrenamiento o como Misión de Seguridad nacional, como si tan anácrónico concepto aun existiese.
La discusión seguía, aunque Kahled y Sergei conversaban entre sí, buscando una salida al entrampamiento.
Chandra se detuvo.
Las ideas, cual ráfaga, iluminaron su mente a toda velocidad, mientras caminaba -casi corría- hacia el sotano de la vieja casa.
Kahlled lo siguió con la mirada y con, un gestó, le ordenó a Sergei que lo siguiera.
Andric, trás tanto discutir, había caído en un resentido silencio, que era muy típico de él, mientras, Milford, Konrad y Jacques se miraban, inexpresivamente, incapaces de decir palabra.
-Veo que ya han terminado de arreglar sus diferencias.- Intervino Kahled, autoritario. -No tenemos ya tiempo que perder, así que ¡cojan sus armas y preparense!
Todos, de inmediato, aunque con cierta reluctancia, cogieron sus armas, Jacques, una pistola Sig Sauer P228, Andric un viejo y confiable M4, Konrad un AK-74, mientras que Milford y Jacques sacaron Pistolas Glock 17 de uno de los cajones en la habitación.
Al mismo tiempo una explosión remeció el lugar, las luces se apagaron.
-¡Demonios!- gritó andric, esgrimiendo la M4 hacia el otro lado del pasillo -¡Hay que salir de aquí!
Los demás ya se habían puesto en guardia, incluyendo a Kahled, cuya HK plateada brillaba en la oscuridad.
-¡Por aquí!- gritó Sergei, regresando del pasillo que daba al sótano, con Chandra y su PYa detrás de él.
Andric cubrió el pasillo mientras los demás pasaban.
Tres figuras encapuchadas penetraron a la casa rompiendo las ventanas, Andric disparó el M4 de inmediato y una cayó abatida, las otras dos, incorporándose, comenzaron a disparar, olbigando a Andric a cubrirse.
-¡Bajen!- gritó
Chandra fue hacia él y tomando la M4 le dijo:
-Baja tú, yo los cubro.
Andric, asombrado, apenas atinó a soltar el arma.
En el sótano, Sergei les explicaba el plan de fuga a los otros:
-Esta pared da al desagüe general, si la pasamos, podremos salir, pero alguien debe quedarse atrás a cubrir el rastro o nos seguirán fácilmente.
No, él no puede haber pensado eso, pensó Kahled.
-¿Cómo cubrimos el rastro?- preguntó.
-Chandra no me lo ha dicho.- respondió Sergei.
Si, es la clase de cosa que podría hacerlo.
No puedo permitirlo,, pensó.
Otra explosión, esta vez más cercana, sacudió la casa.
Chandra bajó corriendo las escaleras.
-¿Por qué no han salido aun?- preguntó, casi gritando.
-¿Cómo vas a cubrir el rastro?- preguntó Kahled, sin perder la compostura.
-Simple.- respondió Chandra, inconmovible- abriremos la llave del gas y cuando estén fuera dejaré una granada saltar, se llevará a la casa con ella. Eso cubrirá el rastro.
-¡NO! ¡No puedes estar hablando en serio!- gritó Sergei -¡No puedes sacrificarte por nosotros!
-Alguien tiene que, Sergei, ¡Vayan de una vez, el gas ya está corriendo!
Jacques fue el primero en entrar a la tubería, seguido por Milford. Luego, uno por uno fueron entrando hasta dejar al final solos a Kahled y Chandra.
-Tienen Cinco minutos, luego haré volar esto en pedazos, deben estar fuera del desagüe o la deflagración los consumirá.
Kahled asintió.
-Que sea la paz contigo, Byrne.-dijo mientras se introducía al desagüe.
Chandra salió corriendo del sótano, cerrando la puerta trás de sí.
varios trazadores laser se denotaban en la oscuridad, uno de ellos pasó lo suficientemente cerca...
disparó la PYa dos veces.
Tras arrastrar el cuerpo unos metros y coger su arma -Un Magal- se preparó para lo inevitable. La espada, a pesar de ser un peso innecesario, no podía dejarse atrás. Guardó la PYa y en el bolsillo de su cazadora estaba la granada, asegurada.
Dos disparos desgarraron rápidamente la cortina de silencio, alguien lo había visto.
-¡Demonios!- dijo para sí mientras tomaba cubierto y contraatacaba con su Magal, apenas le quedaban unas 20 balas.
Su atacante cayó, sólo para ser reemplazado por otro más que disparó mientras el corría, buscando ganar la escalera al techo de la casa. Tres minutos habían pasado ya.
Un atacante cayó sobre él desde el otro lado de la escalera, sólo para encontrarse con una bala en la cabeza, sin perder tiempo, cogió su cacerina y arrojó el inerte cuerpo a sus perseguidores, esperando encontrar más arriba.
Están tratando de capturarme, pensó mientras ganaba el techo.
Otro atacante más cayó al tratar de disparar antes que él, agazapado sobre el techo, esperando el momento.
Luego, pudo sentirlo.
El olor a Gas de combustión ya había ascendido por una tubería de desfogue hacia el techo, el lugar perfecto donde colocar la granada.
Luego una voz lo conminó a detenerse:
-¡Alto, Byrne, te tenemos rodeado!
En ese preciso instante pudo percatarse que tres puntos rojos relucían en su pecho, como una invitación a quedarse quieto.
-!Ahora, baja tu arma!
Byrne bajó con cuidado la magal, sacando la granada lentamente mientras lo hacía.
El arma cayó al piso con un estrépito y Byrne pudo ver las luces alejarse de su cuerpo, había sacado el seguro.
1...
los dos guardias se acercaban a él con sus armas en ristre
2...
Uno de ellos, mirando a su mano, parecía darse cuenta, tratando de levantar una mano para avisar a los francotiradores que disparasen.
3...
el segundo, al percatarse, se alejó, dejándolo de lado, esperando que los francotiradores terminaran el trabajo.
y mientras las luces rojas buscaban su objetivo, Byrne, con su último movimiento antes de saltar del techo, arrojó la granada por el tubo de desfogue, en una lenta caída hacia el sótano.
Todo transcurrió muy lentamente...
Primero la llama que nació con la explosión de la granada en el sotano, encendiendo el gas, que se expandió en una tea fulgurante por el tubo, para luego estallar, arrasando la casa con él.
La flama se expandió a otros edificios casi de inmediato y por el desagüe, a toda la manzana, que, de pronto, pareció hundirse ante el poder de la explosión.
Luego, incendiada, la casa se derrumbó.
Los francotiradores, alcanzados por la deflagración, ardieron hasta morir en contados segundos, al igual que todos los soldados en la casa.
A tres cuadras de allí, en el auto blindado, un hombre de cabello cano ordenó al chofer partir, pensando Esto es demasiado grande para cubrirse.
Pero, pensó por un instante, Podría ser, los asesinos muertos, Byrne caído, destruído para siempre.
Pero, a pesar de su estado de euforia, no podía correr riesgos, y marcando un número en su teléfono célular dijo:
-Asegurense que todos han caído, quiero ver cuerpos ¿entendieron?-. Y Colgó. Sumergiéndose de inmediato en secretos pensamientos, mientras el chofer lo alejaba lejos del fuego, lejos del incidente, lejos de la muerte.
A unos cuantos cientos de metros de allí, una figura observaba al auto irse, apenas podía divisarse como una sombra en medio del fulgor de las llamas, su cabello largo ondeando al viento, en su mano derecha un anillo con una piedra roja.
-El subterfugio no durará mucho.- dijo para sí, y comenzó a caminar por los techos, buscando el siguiente paso de la aventura.